Así nos hicimos hombres: Entre la máscara y la memoria
- abondancemx
- 26 jun
- 4 Min. de lectura

Un viaje hacia lo masculino real, sentido y sanado
Durante generaciones, la masculinidad ha sido definida por lo que se muestra: fuerza, control, éxito, rendimiento. Pero pocas veces nos hemos detenido a mirar lo que se oculta detrás de esa imagen. ¿Qué ha costado esa fortaleza permanente? ¿Qué emociones, deseos y heridas han sido sepultadas bajo la idea de “ser hombre de verdad”?
En los espacios terapéuticos, y especialmente en el trabajo que realizo con hombres, esta pregunta no es retórica. Es una puerta que, cuando se abre, revela una verdad dolorosa y liberadora: la masculinidad tradicional no está rota. Está herida. Y lo que necesita no es juicio, sino mirada, compasión y transformación.
La máscara del hombre funcional
Muchos hombres hemos crecido con una consigna implícita: “para ser respetado, tienes que poder con todo.” Y así aprendimos a mostrarnos invulnerables, a resolver sin pedir ayuda, a callar lo que duele. El resultado es una máscara que funciona… hasta que ya no puede sostenerse más.
He escuchado frases como:
“No tengo con quién hablar de lo que siento sin sentirme débil.”
“Estoy cansado de fingir que estoy bien.”
“No sé cómo ser hombre sin estar en modo supervivencia.”
"No siento nada, no me pasa nada"
Y es que cuando no hay espacio para la emoción, el cuerpo termina cargando con lo que el alma no puede expresar. Ansiedad, insomnio, adicciones, impulsividad o incluso somatizaciones físicas… todo eso habla de una masculinidad que ha olvidado cómo habitarse con ternura.
¿Qué significa “hacerse hombre”?
La frase que encabeza este artículo “así nos hicimos hombres” no señala culpables. Señala rutas. Herencias. Mandatos que se transmitieron, y se siguen transmitiendo a nuestros hijos, desde los padres, los maestros, los medios, la cultura. Muchos hombres no eligieron conscientemente desconectarse de su emoción. Lo hicieron porque no parecía haber otra opción.
Y sin embargo, es posible recordar lo olvidado. Reconstruir no desde la culpa, sino desde la conciencia.
Y no se trata de volvernos "feministas", no se trata de reemplazar un modelo masculino por otro, sino de permitirnos ser hombres más reales. Más humanos. Más presentes. Y eso implica reconocer que antes de ser adultos, fuimos niños que muchas veces no fueron consolados. Que aprendieron a ganarse el afecto cumpliendo. Que crecieron pensando que el valor se mide en logros.
Masculinidad con raíz: cuerpo, vínculo, verdad
La transformación masculina no comienza con un discurso, sino con un gesto íntimo: volver al cuerpo. Volver al ritmo interno. A la respiración. Volver al corazón. A la ciclicidad que también habita en los hombres, aunque el patriarcado haya insistido en asociarlos solo con el Sol: constantes, firmes, encendidos... también en nosotros hay Luna: sensibilidad, receptividad, suavidad y cariño.
Y si también somos luna: ¿también tenemos días grises? ¿también necesitamos calor, consuelo, descanso?
En los vínculos de pareja, muchos hombres llegan desde el hacer. Dan, sostienen, protegen. Pero cuando se les pide estar —sentir, acompañar, vulnerarse— no saben cómo. Porque no se les enseñó. Y ahí es donde aparece el miedo al contacto profundo. El pánico a ser vistos sin el escudo del control.
“Hago todo por ella, pero no sé cómo estar con ella”, me dijo una vez un paciente. Y esa frase resume una herida generacional.
Práctica interna: volver a ti
Este camino no requiere perfección. Requiere presencia. Y pequeñas prácticas pueden convertirse en rituales de transformación:
Detenerte unos minutos al día a sentir tu respiración.
Reconocer cuándo tu cuerpo está tenso y qué emoción no estás expresando.
Escribir sobre tu historia con tu padre, sin filtros.
Mirarte al espejo no para evaluarte, sino para preguntarte: ¿Qué necesito hoy que nunca me permití pedir?
Manifiesto simple para un nuevo comienzo
Elijo ser un hombre que siente.
Me libero de tener que demostrar todo el tiempo.
Honro en mí la capacidad de amar sin tener todas las respuestas.
Estoy aprendiendo a quedarme cuando antes habría huido.
Una voz femenina que acompaña
En este proceso, es valioso escuchar también la voz de las mujeres no solo como testigos, sino como compañeras de camino. Muchas de ellas han empezado a ver el dolor masculino no como amenaza, sino como parte de la historia colectiva. El patriarcado nos ha herido a todos, de maneras distintas. Y es posible —necesario— sanar juntos.
“El patriarcado es la patología de lo masculino, no lo masculino en sí.”
Y eso cambia todo. Porque abre espacio para una mirada restaurativa, no castigadora. Una compasión que no justifica, pero que sí comprende.
Conclusión: El camino de regreso
Volver a lo masculino no es regresar al pasado, sino regresar al cuerpo. Al corazón. A la posibilidad de ser más que lo que nos dijeron que teníamos que ser.
Ser hombre hoy puede ser un acto profundamente espiritual, relacional y encarnado. No hay un destino claro, pero sí un llamado que nace desde nuestra profundidad. Y quizás ese llamado diga simplemente:
“No necesitas una nueva armadura. Solo necesitas volver a casa. Y quedarte.”
Abrazo,
Edgar @edgarmzendejas
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